lunes, 13 de agosto de 2007
La Segunda República
En esta epopeya se destacaron hombres de la talla de Gregorio Luperón, Gaspar Polanco, Pedro Antonio Pimentel y otros de igual valor y arrojo que ahora no recuerdo.
Lo lamentable es que mientras los buenos dominicanos resaltan y respetan estas fechas patrias, buna parte de la juventud dominicana está perdida entre regaetón y vicios.
Medida de coyuntura
Como ocurre en este país con las cosas importantes, la Secretaría de Medio Ambiente y Recursos Naturales, ha concedido un plazo de 90 días a las granceras para que terminen de procesar los materiales de construcción que tienen almacendos y desmantelen las procesadoras que tiene en el cuace de varios ríos.
Aunque el doctor Max Puig, titular de la cartea, lo negó, todo parece indicar que se trata de una medida buscando un golpe de efecto con motivo del 16 de Agosto, fecha en la que se asegura que el presidente Leonel Fernández hará cambios, y que según los comentarios, Puig podría estar encabezando la lista.
Precisamente el 16 de agosto Puig cumple tres años al frente de Medio Ambiente y no se había dado cuenta de que las granceras prácticamente han liquidado los principales ríos que abastecen de agua a la Capital e importantes zonas del país, fundamentalmente el emblemático río Nizao, sin duda el más degradado por las operaciones de los procesadores de materiales de construcción que han demostrado una intrínseca predilección por la arena de su lecho.
La Academia de ciencias y la Universidad Autónoma de Santo Domingo (UASD) han identificado por lo menos 60 puntos de extracción de materiales que, según ellas, no afectan el ambiente.
Cuando se le preguntó a Puig porqué no se ha estado extrayendo material de esos lugares, se limitó a decir que se trata de propiedades privadas con cuyos dueños habría que negociar, además de los estudios técnicos que había que hacer para descubrilos.
En cierta medida esos argumentos son razonables, pero lo que pasa es que ya la población dominicana está tan acostumbrada a que las cosas importantes se tomen para politiquerías y como estrategias de coyuntura, que ya no sabe cuándo tomar en serio una determinada decisión, y ésta del doctor Puig es un ejemplo fehaciendo de eso.
Ojalá Cronómetrodehoy esté equivocado.
domingo, 12 de agosto de 2007
Danilo y el espejo de Jorge Blanco
lunes, 23 de julio de 2007
La situación de Eduardo Estrella
viernes, 13 de julio de 2007
La realidad de las drogas
jueves, 12 de julio de 2007
Bastante oportuna la visita Presidente Preval
El presidente haitiano estuvo nueve horas en República Dominicana, durante las que se reunió con el presidente Leonel Fernández, visitó la sede de la Universidad Autónoma de Santo Domingo (UASD) y dictó una conferencia en la Fundación Global Democracia y Desarrollo.
La visita del Gobernante haitiano es una vofetada a los planes de los sacerdotes Pedro Riquoy y Cristopher Hartley, quienes han estado difundiendo en Francia y Miami, Estados Unidos, un documental sobre una alegada esclavitud de haitianos en los bateyes dominicanos.
Por suerte, en los últimos días el Gobierno ha estado llevando a cabo acciones importantes para contrarrestar esa infamia y prácticamente ha desarmado a los difamadores, además de que personalidades y sectores sensatos ligados a la comunidad haitiana en República Dominicana se han encargado también, motu propio, de desmentir semenjande calumnia.
Lo cierto de todo esto es que los haitiano viven en República Dominicana en las mismas condiciones que los dominicanos de su clase, y, contrario a lo que propalan Hartley y Cristopher, los haitianos andan con toda su libertad y son tratados como hermanos por los dominicanos.
Los hombres de la litera
Era aproximadamente las diez de la mañana cuando el corazón estuvo a punto de salírseme. Estaba muy quitado de bulla en el patio de mi casa que daba al camino, cuando divisé que un grupo de hombres se abría pasos al trote.
Fue la primera vez que vi una litera, un pedazo de lienzo al que en cada esquina le amarran una soga y le introducían un palo por el medio. Era la forma en que sacaban hasta la carretera a todo el campesino enfermo que por su gravedad era imposible transportarlo al lomo de un caballo.
De esa manera vi transportar hasta El Cercado a gente que enfermaba gravemente a decenas de kilómetros de distancia, situación que sin duda agravaban su estado por la incomodidad que suponía ese modo de transporte.
Ese día se trataba de una señora amiga de mi madre, a la que le atacaba una crisis de frenesí cada vez que estaba embarazada.
Era una señora robusta, elegante, de buen porte, una cabellera larga y de un negro eterno, de trato afable y delicado.
Esa forma de transporte tenía un aspecto fúnebre inigualable y a la gente la llevaban de una manera que no iba sentada ni acostada. Era una suerte de que dejarlo morir sin hacer diligencia era peor, y eso, de por sí agravaba el estado del enfermo y aceleraba como ningún otro recurso la llegada de la muerte.
El sosiego del enfermo lo determinaba la pericia con la que los hombres tal yuntas de bueyes tenían que lidiar no sólo con el peso del cuerpo detrás de sus cuellos, sino con las dificultades de los angostos y peligrosos caminos.
Siempre dudé de la posibilidad de que sobreviviera aquel al que cargaban en litera. Por suerte, el de la amiga de mi madre no fue el caso.
La vecina más cercana de la casa de mis padres era la de una señora, de tez blanca, pelo lacio, tan escuálida que no pasaba de 80 ó 90 libras y para una estatura mediana probablemente le faltaban unas cuantas pulgadas.
Sin embargo, tenía un ánimo y valor insospechados para enfrentarse a los muertos que siempre la perseguían.
Tan buen alma tenía que consideraba una ofensa remover la basura de su casa.
Era la querida de un negro tosco, pero medio bohemio, que logró alcanzar su sueño más de una vez. ¡Su esposa también era blanca!
Su casa de la de mis padres estaba a una distancia de no más de 50 metros y para protegerse de los muertos, cada noche al acostarse amurallaba cada esquina con una cruz de ceniza bendita con un limón partido en cada sentido.
Pero la barrera no impedía que los muertos la molestaran y el trastorno que le causaban eran tan grande que la hacían levantarse y perseguirlos largos trayectos.
"El ignorante es criminal", le oía decir a un viejo zorro de la comarca, cuyo adelanto mental no le conocí a ningún otro mortal en mi época de niño.
Ese ambiente dominado por la ignorancia era lo que mejor definía la frase lapidaria de aquel sabio campesino adelantado en su tiempo.
Presa la gente de la ignorancia y las murmuraciones, era incalificable lo que para aquella época significaba no guardar como era de rigor, el luto de un pariente.
Nueve días de lloro incesante que dejaba a las mujeres con la garganta pendiendo de un hilo. De la casa mortuoria sólo una puerta se podía abrir y una "sopa boba" era lo único que las dolientes ingerían.
Los primeros nueve días la larga penitencia lo pasaban debajo de un manto negro de plomo -cuando se trataba de padre, madre o esposo-. Como si se tratara de una regla no escrita, no menos de tres años tenían las mujeres que guardar de luto por la muerte de un pariente muy cercano.
Tenían que someterse a todo tipo de abstinencia, ni siquiera libertad para reirse tenían y así tenían que mantenerse para alimentar el ego de la ignorancia, pues de no hacerlo se exponía al más despiadado escarnio.
Vestir una prenda fuera del tono luctuoso que imponía la censura de la época era una herejía.
Que a fulano lo vendieron porque sudó en el ataúd o porque su cuerpo no adquirió la rigidez normal de un cadáver, se oía decir con frecuencia en distintos entornos.
A mucha gente se le atribuían viajes al "Arcajé", en Haití, donde se hacía negociaciones en persona con el diablo.
En esas negociaciones podía el brujo entregar al diablo el alma de algún pariente o de alguien que no le cayera bien.
Esos favores diabólicos iban desde el incremento de la producción de una cosecha, el florecimiento de un negocio hasta el premio de la lotería.
En medio de esa confusión se atribuían a negociaciones con el diablo todas las muertes repentinas de los mayores, que bien pudieron ser por infartos u otras causas, y las de niños que morían probablemente porque se tragaban la baba o por cualquier otra enfermedad prevenible o curable.
miércoles, 11 de julio de 2007
El ataúd
POR JOSE MIGUEL MONTERO Muchas veces por orgullo y otras cuando ya la muerte se creía inminente, en mi pueblo la gente se mandaba a fabricar su ataúd. Sin embargo, en más de una ocasión fui testigo de que el ataúd que fabricaban para un enfermo tenía que usarlo “prestado” para uno no lo estaba es estaba, aparentemente, menos grave. |
Tradición campesina
La soledad y la oscuridad imperantes en los campos en la segunda mitad del siglo pasado representaban un tremendo dolor de cabeza para los muchachos que vivían atemorizados por las fábulas de hechicería que predominaban en el medio en el que tenían que desenvolverse.
Un lodazal infernal cuando llovía, bosques y matorrales por doquier, que hacían que en algunos lugares pareciera que era de noche aun cuando era el día, era el escenario en el que se movía la gente para la época. Por los trillos, a cualquier hora del día o la noche sorprendía a uno un toro de grueso cuello y cuernos enormes que hacía a cualquiera orinarse de miedo, perros rabiosos, sobre todo en época de Cuaresma, animales salvajes, es decir, la gente, sobre todo los muchachos vivían presos de la ignorancia y del terror.
Después de esas "charlas" de hechicería o cuando se moría alguien en la zona, ir en la noche de la cocina a la casa o cumplir con un mandado a cierta distancia constituía un dolor de cabeza, que hasta flojedad de rodillas provocaba.
La falta de esparcimiento provocaba que un velorio, hasta cierto punto, se convirtiera para muchos en un elemento de diversión para los mayores, no así para los muchachos que por desconocimiento a la realidad de la muerte vivían abrumados de informaciones falsas en torno a variados "poderes y acciones" que se la atribuía a los difuntos.
"El muerto no me dejó dormir anoche, me aprensó varias veces y me dejó un dolor en el cuerpo que no me puedo mover", se escuchaba decir a la gente cuando moría alguien en la vecindad.
Otros afirmaban que acostados tenían visiones concretas de muertos delante de la cama, otros aseguraban encontrarse en los caminos con muertos convertidos en perros, chivos, cerdos o vaca y al punto de que la "vivencia" era tal que olfateaban el berrón con el que "bañaban" a los muertos.
Las 12:00 del mediodía, las 12:00 de la noche y los días martes y viernes eran los espacios más apropiados para las "andanzas" de los malos espíritu, afirmaba la gente.
Las "apariciones" de esos espíritu malos, según las fábulas, se manifestaban de diferentes maneras.
Algunos decían pasar en la noche por lugares en los que veían troncos de árboles ardiendo en llamas y al día siguiente no tenían señales de que le pasó candela, unos afirmaban que veían hombres con sombreros de alas anchas montando caballos decapitados y otros aseguraban que en medio de la oscuridad de la noche en apartados y vericuetos caminos se encontraban con ataúdes con velas encendidas en las cuatro esquina, como si se tratara del velatorio de un cadáver.
A diferencia de los entierros de las ciudades, cuyos muertos son enterrados con trajes, en los campos se usaban "mortajas" una tela siempre de color blanco en el qu envolvían los cuerpos antes de exponerlos en la "sanda".
Eran comunes las historias de gente que decía ver cosas envueltas en sábanas blancas que asociaba con la penitencia de alguien que murió y que como castigo a algún pecado Dios "lo mantenía" deambulando sin poder ir al cielo.
Preso de ese amasijo de creencia y de ignorancia creció en mi pueblo la generación de los primeros años del último tercio del siglo pasado.